Como suele ser habitual entre los abogados, que nos gusta meternos en todas las discusiones, les dije que, desde mi punto de vista, es decir desde el punto de vista de un posible paciente, lo que se iba a requerir en el futuro eran buenos médicos de familia, pues la gente lo que verdaderamente desea es el contacto con un médico que le preste atención, que le mire a la cara, que se pregunte por qué se producen las cosas y no simplemente a recetar un medicamento para paliar unos síntomas, que sea la misma persona que le atendió la vez anterior o que le puedas llamar diciendo que tu hijo tiene fiebre y te indique qué hacer sin tener que pedir hora en El Centro de Salud u tener que acudir a Urgencias de un hospital.
Cuando volvía a casa pensé en lo que había argumentado sobre los médicos y llegué a la conclusión de que en el mundo de la abogacía está pasando algo similar. Desde que yo terminé la carrera, hace ya bastantes años, se nos se está vendiendo la especialización como prácticamente la única salida de los abogados, sin embargo, ser Abogado altamente especializado no deja de ser un arma de doble filo y, en cierto modo, incompatible con lo que es el ejercicio general de la abogacía, porque termina sabiendo mucho de esa especialización pero se le terminan olvidando determinados elementos básicos generales sobre el mundo del Derecho que solamente pueden tener aquellos que se dedican el ejercicio general.
Cómo se tramita una herencia, reaccionar ante una detención, interponer un desahucio por falta de pago, cuestiones de tipo matrimonial, recursos ante una multa de tráfico, los cada vez más complicados papeleos ante la administración que se tienen que hacer por vía electrónica… son estos asuntos generales que se vieron en la carrera y cuyos conocimientos deberían de ser mantenidos por aquellas personas que se quieran llamar juristas.
La alta especialización, con sus innegables ventajas, también tiene varios inconvenientes.
El primero de ellos, que ya hemos expuesto, es el efecto natural de olvidar otras ramas del derecho igualmente interesantes y necesarias.
Por su parte, los abogados de alta especialización suelen trabajar para grandes despachos o corporaciones. Si el empleador decide prescindir de ellos en un momento dado y salen a competir por libre en el mundo de la abogacía su nicho de mercado será muy limitado y, a menos que sean contratados por otros competidores de sus antiguos lugares de trabajo, su futuro laboral estará en peligro.
Y por último, nos podemos encontrar con otro grave peligro consistente en que esa especialización, que era el futuro cuando el Abogado optó por escogerla, termine pasando de moda o lo que es peor, se convierta en un lugar habitado por muchísimos abogados que acudieron precisamente por el efecto llamada de las especializaciones, en cuyo caso esa interesante opción en el pasado se convertirá en un mal negocio en el futuro.
Por todo ello todo Abogado debería tener dos facetas, una faceta de Abogado generalista y otra faceta de Abogado especializado. La faceta de Abogado generalista se debería centrar en los aspectos más comunes del Derecho, mientras que se reservaría otra parte de la actividad de ese Abogado a una especialización que, por distintos motivos, como gustos, preferencias laborales, importancia en ese momento, etc., pueda ser interesante desde un punto de vista económico.
Qué mal queda cuando se pregunta a una persona que estudió Derecho alguna cuestión de tipo general como cuál es la legítima de los hijos, cómo funciona una pensión compensatoria o si se puede abrir una ventana a cierta distancia de otra propiedad y el preguntado no tiene los recursos para responder. Sería igual, volviendo al símil con la profesión médica, que si alguien se atraganta en un restaurante y cuando gritan ¡UN MÉDICO, UN MÉDICO! el galeno que está comiendo en la mesa de al lado dijera: “Lo siento, yo no soy médico de urgencias soy oculista” Y se quedara sin saber qué hacer…